Empezaré diciendo que no practico el nudismo de forma habitual, pero lo respeto. No me disgusta pasearme en bolas por mi casa, ni me asusta el tumbarme en la playa como Dios me trajo al mundo… eso sí, boca arriba (para evitar asaltos fortuitos de mandingas salvajes) y sobre una esterilla de esas de los bazares chinos, para que no se te queden “rebozaos” de arena los pelos del trasero o peor aún, el glande.
Aclarado esto, comienzo a despotricar: no entiendo a los naturistas… por más que me pongo en plan comprensivo, progre y enrollado, no alcanzo a comprender qué placer encuentran en hacer la compra con el badajo al aire, rozándo la punta de éste con las latas de espárragos “Carretilla”, mientras las moscas coquetean con los tarzanes del ojete.
Y no te cuento cómo te encuentres con el típico tío cariñoso que te dá un fuerte abrazo cada vez que te ve… ¡lucha de espadas a lo Jedi! (en algunos casos, más bien de espadines)
¿Y los que te cogen desprevenido por la espalda, y, tapándote los ojos te dicen aquello de “quién soy, quién soy...” En esos casos tienes que proyectar la pelvis hacia delante, para mantener tu culo a salvo de roces no deseados y hacer memoria cuánto antes, porque le puedes dar un ciruelazo a cualquier inocente que pase cerca.
Que nadie me venga con lo de que todos los nudistas son muy limpios. Los “ropistas” también lo somos, pero estoy seguro que hasta la mismísima Reina (perdone Majestad) se tira pedos.
Y no digamos sudar… me imagino el típico nudista-obeso (que los habrá) inflándose a paella y jarras de cerveza en la terracita playera de turno. Luego se tomará el café y el puro mientras transpira y gasea generosamente su asiento ¡¿Qué se hace con esa silla?! ¡¡¡Habrá que fumigarla al menos cuatro veces!!!
Esta conversación la he tenido un montón de veces con mi amigo Ramírez, nudista desde hace años. El se ríe y me comenta que es por mi educación, mi entorno, que no me siento cómodo con mi cuerpo y todo eso.
De hecho él se llevaba a sus dos hijos todos los veranos a un camping naturista, hasta que el mayor cumplió dieciocho y dijo que tururú, y la pequeña también decidió quedarse en casa esas vacaciones haciendo compañía a su hermano… se ve que tampoco se habían educado en el entorno adecuado, o también puede ser que el camping no estuviera bien acondicionado.
Me pregunto que hará un aficionado al nudismo cuando le venga uno de esos cuescos traicioneros que dejan “huella”… ¿las damas usan tampones? ¿se tiñen el cordelito? ¿se lo pegan con esparadrapo a… algún sitio? ¿un bebé en pañales se considera nudista? ¿o debe ir haciendo sus necesidades libremente? ¿si se da el caso, los padres deben llevar una bolsita para recoger las heces? ¿podríamos entrar a una zona naturista llevando pañales? ¿en caso opuesto puedo defecar en cualquier sitio siempre y cuando utilice la bolsita de rigor?
Mil preguntas de gran trascendencia me asaltan cuando se trata éste tema… En ésta ocasión, el detonante ha sido ésta noticia que he leído en http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=46054
Increíble… ¿es tan adictivo el nudismo? Creo que debería haber centros especializados para controlar el mono. Ya me imagino a la gente en las escaleras de acceso al vuelo, con los pantalones medio desabrochados, con el ciruelo balanceándose con los movimientos compulsivos del individuo que se despoja apresuradamente de su camisa mientras sujeta el equipaje de mano con los dientes.
“Los pilotos y las azafatas llevarán su atuendo habitual por razones de seguridad” ¿Es que no se está seguro en ese avión si vas desnudo? Se supone que ningún pasajero los mirará con lujuria, son gente habituada. ¿Será por si sufren una luxación de teta durante unas turbulencias? ¿o por si el piloto se la pilla con la palanca del freno de mano? Y ahora que lo pienso… no debe ser agradable abrocharse el cinturón de seguridad sobre el pubis: como se te enrede el “peazo” hebilla en el vello púbico, puede ser muy embarazoso pedir ayuda a la azafata.
Con el miedo que me dan los trayectos aéreos habitualmente… ¡cómo para ir en bolas! Suelo derramarme encima la bebida, mirar inquieto a todos lados, y sudar nerviosamente. Imagínense un avión con un par de tipos así, pero completamente desnudos. ¿Dónde está el placer de viajar?
Y bueno, no quiero imaginarme a Melendi en ese vuelo: un tio con rastas, piercings, borracho, agresivo… ¡y en pelotas! Como para lanzarte en marcha.
Menos mal que éste vuelo solo dura una horita. En el vuelo de cuatro horas que hice a Assuan, el que estaba sentado junto a mi mujer (yo cogí ventanilla) tenía sueño y cada tres por dos, se le caía la cabeza para uno u otro lado, con la boca entreabierta y un asqueroso hilillo de baba colgando por la comisura de los labios.
¡Brrrrrr! Sólo el pensarlo me dan escalofríos.
Y luego viene el aterrizaje. A ponerse el cinturón otra vez, a pillarse los pelitos con la hebilla, a pedir nuevamente ayuda a la azafata, y al final lo peor de los vuelos: A todo el mundo le entran prisas por bajar del avión cuando se llega al destino… se empujan, abren el portaequipajes poniéndote el culo o el paquete en la cara.
Imaginaos la escena: Un tipo agachado poniéndose los zapatos, mientras otro que viene brincando por el pasillo subiéndose los calcetines le pega un pollazo en la oreja; otra que te pone el chumino (sin ducharse desde la noche anterior) en las narices sacando su equipaje de mano. Con un poco de mala suerte sus pelitos se enredan en la montura de las gafas y se las lleva enganchadas, e incluso una de las patillas se gira caprichosamente y se mete… ¡ahí!; al que va delante de ti, se le cae el móvil mientras lo enciende, tu frenas, pero el de detrás te empuja y… ¡Zas!
En fín... creo que todo en éste mundo debe tener unos límites.
Lejos de mi intención está, atacar al aficionado nudista, sólo bromear un poco sobre ello.