La Semana Santa manchega (I)
Me hago viejo y no me doy cuenta... me paso el día quejándome porque las cosas no son como lo eran antes. ¡Ahora con la Semana Santa!
Por razones "sentimentales" llevaba años disfrutando la Semana Santa de una distinguida localidad andaluza, plagada del fervor y espectacularidad típicos de la zona, gritos contundentes de los capataces, santos balanceados ó elevados sobre las cabezas de los costaleros entre aplausos y ovaciones del personal... pero lo cierto es que ya echaba un poco de menos la sobriedad castellana a la hora de representar la pasión de Cristo y por desgracia me he llevado más de una desilusión.
Recuerdo con cariño la procesión de Ramos que organizaba mi colegio: el viernes previo a las vacaciones repartían túnicas y coloridos disfraces de judíos para que los niños salieran acompañando al mesías el domingo por la mañana.
Esto ya promete una procesión variada, simpática y divertida, pero lo mejor era la borriquilla, que en aquellas procesiones era de las de verdad, osea: rebuznaba, movía las orejas, soltaba alguna que otra coz (afortunadamente sin víctimas), se orinaba en mitad de la calle, y todas esas cosas propias de pollinos.
Los apóstoles, Jesús, y Virgen María también eran de carne y hueso, y aunque no recuerdo que se hicieran pis, sí que solía haber entre ellos algún virtuoso de las onomatopeyas que soltaba algún rebuzno aislado para "animar" a la burra.
De todo la organización se encargaba el colegio de forma desinteresada: las túnicas de colores se repartían entre los niños más jóvenes, pero a unos cuantos afortunados de octavo de E.G.B. nos sacaban como "voluntarios" para encabezar la procesión formando un paso viviente.
El proceso de selección era exhaustivo: Todos nos probábamos la barba postiza de Jesús (hasta la que hacía de Vírgen María) para que el profesorado decidiera a quién le favorecía más. Una vez escogida la víctima que haría todo el camino en burra, el resto de las túnicas apostólicas eran repartidas a diestro y siniestro de acuerdo con las virtudes de los alumnos:
"-David, por cabroncete, que haga de Judas... Jose, por listillo, que haga de Pedro... Manolo por gordo, que haga de..."
Una vez finalizado el casting, el director del cole (D.E.P.) se encargaba de repartir ramos de olivo entre los más jóvenes; palmas entre los apóstoles y adultos que acompañaban a sus hijos; y bromas entre todos los que se acercaban por allí.
Todo ello sin dejar de prestar especial atención al sufrido "Mesías" que hacía esfuerzos sobrehumanos (ya que es el hijo del Señor...) para aguantarse más o menos erguido sobre su montura sin que se le torciera la barba.
Luego, conforme la procesión iba recorriendo calles, se le iban uniendo fieles, que arrancaban pequeñas trozos de las ramas de olivo que portaban los que ya formaban parte del acompañamiento.
La comitiva discurría alegre y resputuosa por las calles culminando en la iglesia de la Patrona, dónde ese día se celebraba una misa multitudinaria repleta de gente que no suele ir nunca, y acompañada de palmas, olivos, túnicas y demás parafernalia.
Y el cura, como no podía ser menos, henchido de satisfacción al contemplar su templo abarrotado. De hecho creo que eso es lo más parecido a un orgasmo (porque los curas no tienen orgasmos, claro) que un párroco pueda sentir.
Todo lo narrado anteriormente convertía esa procesión en algo distinto: una jovial y simpática representación de la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén, la única procesión que no seguía un patrón establecido y dónde las risas e improvisaciones eran inevitables.
Pues bien, al parecer, de unos años para acá, la burra ha pasado a mejor vida y ha sido sustituida por una reproducción de escayola.
Se acabaron los jóvenes vestidos de apóstoles, las túnicas de colores, la afluencia masiva de padres enseñando a sus hijos en qué se diferencia un asno de un caballo, las madres orgullosas contemplando a sus hijos "apostolizados", la familia del Jesucristo saludando en cada esquina esperando contestación del que iba completamente acojonado, sentado de lado sobre su montura y haciendo equilibrios imposibles al acumularse el sudor de su trasero sobre el lomo del animal...
Era una procesión original, con su propia personalidad. Ni mejor ni peor que las demás, simplemente distinta... ¡hasta ahora! ¿Es que no quedan burros en éste país? Me refiero a los que andan a cuatro patas, claro.
Como es obvio, yo salí de pequeño en varias ocasiones con túnica y turbante, y más adelante de apóstol (de Pedro, como no), y ciertamente tenía la ilusión de poder llevar a mi futura hija algún día, para que desfilara portando su ramita de olivo mientras su madre y yo nos limpiábamos la baba sonriendo de oreja a oreja.
La grandeza que ese evento tenía para mí, era la total falta de organización, nada de cofradías ni cuotas, no había que rendir cuentas a nadie: el domingo salía el que le daba la gana.
A las once menos cuarto en el patio del colegio, cuando llegas cojes una palma te unes a la fila, y a caminar. Si llegas tarde, te reenganchas y si no quieres salir no pasa ni media: nadie te lo echará en cara...
(la continuación, el año que viene si Dios quiere)
1 comentario
mr deditos -
Que no....
Yo he sifo forofo de la Semana Santa, y ahora no me apetece verla. La verdad es que cuando llevas tiempo sin ver algo que te ha dejado buenos recuerdos, suele pasar que ya no es lo mismo. El tiempo no pasa en vano.