Todos hemos oído hablar sobre las leyendas urbanas, existen en todos lados y muchas de ellas no dejan de ser eso mismo, ¡leyendas!. Hoy voy a proceder a inventarme un relato basándome en una de esas historias de pueblo...
-¿Qué hiciste el servicio de voluntario en Cruz Roja? Entonces habrás estado borracho casi todo el año. ¡Si no salíais del bar ni aunque os llamaran para accidentes!
Es acojonante… siempre ha habido gente que se ha encargado de proporcionar una “excelente” fama a los voluntarios. Cierto es que, la típica lista de números telefónicos importantes, que suele haber colgada al lado del aparato en nuestro puesto de guardia incluía (aparte de los de Urgencias, Bomberos, etc…) los de varios bares. De hecho estaban apuntados para estar completamente controlados en todo momento, aunque estuviéramos tomando el café del desayuno: en esa época no había móviles.
Me cabrea mucho cuando alguien me contradice sobre algo que conozco perfectamente y generaliza sobre un tema que desconoce por completo. Santi es buena gente, pero a veces se pasa de listillo, no se puede asegurar algo sin haberlo contrastado, pero claro… tampoco se dedica al periodismo. Le contesto con talante y moderación:
-No tío, no sabes lo que dices… he tenido días en los que he atendido varios accidentes, aparte de los traslados hospitalarios de rutina. En verano nos hacíamos más de 700 kilómetros de media por guardia.
El muy imbécil mira al cielo se carcajea escandalosamente sujetándose la barriga. Se calma un poco, y acercando su cabeza y su olor a sudor rancio, comienza a relatarme sus razones para desconfiar de mis palabras:
-Mira Jose, hace unos años, mi jefe paseaba con su mujer e hijo por el barrio Salamanca. De repente, apareció la ambulancia de Cruz Roja a toda leche, con la sirena en marcha…
-…Iría a una urgencia.
-Espera. Pararon al lado, y empezaron a salir todos los voluntarios, borrachos hasta el culo, uno de ellos se sacó la polla delante de la mujer y empezó a meneársela delante de ellos, mientras cuatro o cinco más, vomitaban por toda la calle… ¡y el conductor!, el conductor llevaba tal mierda, que no se tenía en pié…
Lo miro con incredulidad… intento mantener la compostura. Después de lo que ha dicho, me cuesta un trabajo inhumano mantener las formas, lo cierto es que no me esperaba esa historia y es difícil no dejar escapar lo que siento. Se me empiezan a humedecer los ojos. Aguanta tío, como empieces a llorar de risa va a ser imposible convencerlo…
* * * * * * * * * *
Ocho años antes, en la oficina del puesto de carretera con mayor número de servicios realizados de toda la provincia:
Menuda mierda… ¡asco de vida!
Vaya mili gloriosa me estoy pegando.
Al menos ayudo a la gente… y alguna que otra vida habré salvado. Con lo bien que me lo pasaba en el cuartel, bromeando con los compañeros, dando barrigazos, pegando tiros, haciendo deporte, y callejeando a placer por las calles de Toledo… y me tuve que venir a mi pueblo a hacer más guardias que un tonto y a trabajar los días que libro.
Repaso mental de los días que ésta mili me ha puteado:
*Mi 19 cumpleaños cae en sábado: Guardia de conductor.
*Mi santo, que es festivo: Guardia de conductor.
*Romería de San Isidro, domingo: Escoltar carrera ciclista, de conductor.
*Feria del pueblo: Permiso, pero entró nuevo reemplazo y me tocó echarles una mano.
*Feria del pueblo vecino: Guardia de sanitario.
*Concierto de “Status Quo”: Guardia, de Jefe de Puesto.
*Fiestas del pueblo de mi madre: Escoltar carrera ciclista, de sanitario.
*Día de los Santos: Guardia, de Jefe de Puesto.
*Puente de la Inmaculada: Traslado especial los dos días festivos.
*Nochebuena: ¡Guardia de conductor!...
Don Tomás, el director, habla sobre el resultado del año, yo miro mi almanaque de bolsillo, en el que tengo tachados todos los días que he tenido servicios. Parece un tablero de ajedrez. Básicamente un día si, otro no. El gobierno redujo la duración del servicio militar y los reemplazos anteriores al mío se licenciaron seis meses antes. Nosotros también nos ahorraremos seis meses… ¡pero a qué precio!
Llaman por teléfono: Una emisora de radio me hace una entrevista en directo para ver cómo se presenta la noche para los que tenemos que trabajar en fechas tan señaladas. Contesto con amabilidad, aunque no puedo disimular cierta tristeza en mi tono de voz, aseguro al entrevistador que me resarciré en Nochevieja, que la tengo libre.
Miro por la ventana de la pared del fondo: me pareció ver un lindo gatito digo, el Citroën GS blanco de Pedro avanzando lentamente con las luces apagadas. Cierto… Fernández sale del asiento de al lado agitando una mano y mostrando un par de botellas de Ballantines en la otra. Me quedo blanco, abro los ojos como platos y empiezo a intentar disimular mi nerviosismo. Don Tomás, que se encuentra frente a mí, de espaldas a la ventana, lo nota.
-¿Qué has visto?
-Nada creo… me ha parecido ver un coche de moros en la parte de atrás.
-Ve hombre, ve. Y si van a acampar sácales unas mantas y ofréceles agua, el aseo… estará limpio, ¿no? Esa gente viene cansada, se recorren un montón de kilómetros para ver a su familia. Por Dios… ¡Y en Nochebuena!
-Ya, ya voy…
Mis amigos están locos. Han decidido cambiar la ubicación del guateque para que no pase la Nochebuena muerto de asco, y traen el maletero del GS a reventar de “provisiones”.
-No os molestéis… Merino y yo vamos a hacer barbacoa para cenar, en Urgencias nos han dicho que hoy es un día tranquilo y que hay dos ambulancias de guardia, que nos bebamos la sidra y no nos preocupemos.
-¡¿Barbacoa?! – a Pedro le encantan la “chasca”, el comer en el campo y asar cosas – Coño, me apunto… además, Merino es un tío de puta madre, fuimos juntos a BUP.
-¿Vas a dejar de cenar langostinos y jamón de pata negra con tu familia, por comer chorizos y chuletas asados en las cenizas de un palet, a varios grados bajo cero? ¡Tu estás loco!
-Si se va a molestar no…
-No, molestia ninguna: hay carne de sobra… éste tío es un animal comprando. Tú mismo, a las diez te esperamos.
Indico a mis colegas donde deben dejar las provisiones para no ser vistos y entro al puesto de guardia para coger agua y hacer el paripé de que los “moros sólo estaban perdidos y tenían algo de sed”.
-Me han pedido algo para el dolor de cabeza…
Don Tomás se levanta de la silla:
-Vamos a convencerlos de que se queden a descansar. Esa gente… ¡se van a jugar la vida por llegar unas horas antes…
Merino me sigue… se lo ha olido y tiene curiosidad por ver quien era.
-Deje Tomás, ya voy yo con Jose a ver cómo estan.
Todo perfecto, no hay pegas por su parte. Nos inventamos una excusa para que no se preocupen por el estado de “los moros”. El director y el presidente nos felicitan las fiestas y se despiden de nosotros. Nos dejan una botella de sidra y nos aconsejan que nos quedemos tranquilos: no suele haber jaleo estos días.
La una de la noche.
Se acerca un Renault 19 abarrotado de chavales. Solamente Pedro y yo disponemos de coche propio, con lo cual, han tenido que convencer al hermano de Andrés para que los traiga. Pedro cenó con nosotros y mi coche se ha quedado en casa de mis padres: para las guardias suelo traerme el Vespino.
Andrés abre un litro de cerveza, y su hermano se enciende un pitillo para acompañar la sidra que está tomando mientras los demás buscan acomodo y empiezan con los cubatas. Yo no puedo beber (mucho) por mi condición de conductor, así que le doy coba a una lata de cerveza.
Tengo 19 años. Hoy debería estar borracho y diciendo tonterías a alguna chica, pero teniendo en cuenta que me iba a pasar todo la noche viendo la tele y hablando con Merino, ésta se me antoja la juerga del siglo. Tenemos a un arrestado de no se qué pueblo con nosotros. Lo pillaron de guardia y bebido, y desde entonces hace todas los servicios en poblaciones lejanas a la suya. Se ha quedado dormido… bajó del tren tambaleándose. El muy mamón ha estado todo el día de juerga y ha llegado ocho horas tarde.
Fernández, David y Pedro se acaban de beber medio tubo de whisky “a la de tres”. Merino baila el twist con la fregona, Jesús está fumándose un peta con Antonio. Andrés abre su segunda litrona, y su hermano decide volver con su mujer e hijos.
-¿Vuelvo mañana a por ellos?
-No, déjalo… que los acerque el relevo con la ambulancia, de todas formas tenemos que ir al hospital a desayunar y dar novedades. Veremos si no tengo que llevar antes a alguno… jejeje
Las cinco de la mañana.
Hemos hablado de los viejos tiempos, nos hemos reído, cantado canciones de tuna… en fin, lo habitual en éstos eventos. Merino soltó la fregona hace un par de horas y se le ve sorprendentemente sereno. Mide cerca de 1,90 y pesa más de 100 kilos. Aguanta lo que se le venga encima. No puedo decir lo mismo de los míos, no metabolizan el alcohol de igual manera. La mesa está abarrotada de platos pegajosos por las copas derramadas, frutos secos variados, varias botellas de sidra, otras tantas de cerveza, licores varios y tres latas de mahou vacías. Además de la sidra que nos tomamos en la cena, me he bebido tres cervezas en toda la noche. Puede decirse que me he portado.
Suena el teléfono.
Afortunadamente es Miguel.
Miguel montó su propia fiesta con los amigos de su grupo de rock y nos llama para convencernos de que le hagamos una visita. Merino me invita a que me acerque. Me señala la autovía: no circula ni un triste coche.
-Yo me quedo aquí, recogiendo un poco… de todas formas si pasara algo, os echo el teléfono.
No acabo de estar muy convencido. Pedro apenas se tiene en pié y hay que olvidarse de ir en su coche. Lo ideal sería que fuera con la ambulancia: si tengo que salir a algún servicio urgente no tengo que volver a por ella.
Por otra parte no veo muy claro llevar de acompañantes en semejante vehículo a una panda de alcoholizados. Merino me sugiere que coja la antigua R-12 por lo que pudiera pasar. Es más razonable. Así lo hacemos.
Andrés es el que parece ir en mejor estado, con lo cual le dejo ir de copiloto. Fernández prefiere quedarse durmiendo la mona. El resto que se las apañe como pueda en la parte de atrás. Lejos de importarles, se pelean por ir tumbados en la camilla ¿Cuánto tiempo llevarán esas sábanas sin cambiar? ¡Bah!, tampoco creo que noten si están lavadas con suavizante.
-¿Andrés, era ésta calle?
-No recuerdo tío… yo creo que era la anterior, a ver si lo encuentras pronto, que me estoy meando como una persona mayor. Mira ese charco helado. ¡Haz un trompo, verás los de atrás!
Paso por encima del hielo y giro suavemente el volante mientras bloqueo el freno de mano. El coche hace un giro de 180º y oigo a cuatro tíos llamarme “cabrón” a viva voz. Me sonrío maliciosamente, Andrés se descojona mirando su vaso de cerveza del cual, inexplicablemente no se ha vertido ni una gota. Miro por el retrovisor y veo a mis cuatro amigos revueltos entre una maraña de sábanas de hospital, mientras Jesús se pelea con la camilla, que con el revuelo montado se le ha volcado encima. De repente empiezo a ver que uno de ellos se convulsiona. Los otros tres lo miran aterrorizados. Mierda… ¿qué le estará pasando?
Paro el motor e inmediatamente me bajo a abrir el portón trasero. Joder… era más grave de lo que pensaba. David está vomitando dentro de la ambulancia. Salen todos escopetados en plan “hombres de Harrelson”, mirándose los abrigos y buscando salpicaduras no deseadas.
En medio de todo el follón giro la cabeza y veo el culo de Andrés iluminado por el foco derecho de la ambulancia: decía que se orinaba como una persona mayor, y efectivamente, comienza a descargar los tres o cuatro litros de cerveza que llevaba en el cuerpo intentando apuntar sobre uno de los sumideros de la calle.
En medio de este cúmulo de incidencias que yo mismo había provocado, me encuentro con el hecho más sorprendentemente inesperado y extraño, que jamás me ha ocurrido en la vida:
Una pareja mayor, con un crío de siete u ocho años, dobla la esquina en dirección a nosotros, pisando la misma acera que mi amigo está “regando”. El hecho en sí, no me inquieta. Aún están lejos y Andrés ya lleva un buen rato a pleno chorro, así que le debe quedar poco. De cualquier manera, imagino que se darán la vuelta, o como mínimo, se cruzarán a la otra acera.
Observo la escena con atención, esperando alguna de las opciones. El tiempo se hace eterno ante semejante situación. Empiezo a tener la impresión de que mi amigo tiene la vejiga de un caballo porque sigue encharcando el suelo con igual o mayor intensidad y lo peor de todo es que el matrimonio debe estar ciego o siente una extraña, morbosa y escatológica curiosidad por las aguas menores de los adolescentes beodos. El caso es que llega un momento en el que el crío es literalmente salpicado por el torrente urinario de mi colega.
-Joder… ¡que me vas a mear al niño!
-Coño, pues que no se ponga en medio…
El trío sigue su camino sin apenas inmutarse, aunque él no deja de observar el resto del panorama: Pedro ha sacado las sábanas completamente manchadas, y comienza a sentir arcadas por el pestilente olor a vómitos que desprenden; David tose repetidamente, y escupe babosos e interminables hilos de saliva. Antonio se acerca a ayudar a Pedro mientras Jesús lo contempla todo fumándose un cigarro. Yo me echo al suelo detrás del coche para evitar que me reconozcan.
* * * * * * * * * *
…Ocho años después:
Hice bien en esconderme. Conozco al jefe de Santi y nunca me ha comentado nada. Qué poco objetivo es ese hombre: no llevábamos (afortunadamente) la sirena en marcha; el único que llevaba uniforme era yo, y para más INRI, el único que no hizo nada escandaloso. Por supuesto que me tenía en pie… ¡menuda noche me pasé limpiando las potas del David!
¿Quién sale a pasear con un crío a esas horas? Espero que no quedara traumatizado por la escena y/o la meada.
-Que no, Santiago, que no me lo creo. La gente es muy exagerada. Serían unos tíos que se habían disfrazado para carnaval…
(Los hechos narrados aquí son ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)