Un día de perros
Recién llegado de París uno debería estar de buen humor. Terminé satisfactoriamente el trabajo, visité Notre Damme, la Torre Eiffel, compré un par de óleos para el pasillo en un puestecito al lado del Sena... todo perfecto. O casi.
Como persona más o menos responsable que creo que soy, tengo el detalle de pasarme por el Parque de Exposiciones para verificar que todo está en orden, si hay algún problema, e incluso me quedo a echarles una mano para colocar un par de remates un poco más complicados. Me miro el reloj. Falta más de hora y media para la salida. No hay problema, el Charles de Gaulle está en la parada siguiente. Hago unas últimas fotos, estrecho manos, reparto besos y hasta el próximo Stand.
Son curiosos éstos franceses. La taquilla está cerrada, las máquinas expendedoras solo aceptan monedas, y en el aeropuerto necesitas el billete para abrir las puertas hidráulicas que te dan acceso desde la parada del cercanías. Forzándolas entre dos personas, se pueden abrir, pero allí hay mucha vigilancia, mejor esperamos a la taquillera... ¡sobra tiempo!
Después de diez minutos me canso de esperar y animo a mi compañero de trabajo:
-Vamos. Nos saltamos el torniquete, que ésta tía se habrá ido a comer.
Una vez en el andén saco el manojo de folios que corresponde a las reservas on-line que el cliente me ha facilitado. Hay que comprobar en qué terminal y hasta qué hora se pueden sacar las tarjetas de embarque. Aún nos sobra tiempo, pero hay que revisarlo todo.
No deja de sorprenderme cómo complican las cosas las agencias. La información que se necesita cabe perfectamente en una cuartilla, pero ellos se las ingenian para meterla en cuatro folios...
-¡¡¡Joder!!! -todos los gabachos que esperan con nosotros en el andén, me miran acojonados- ¡Que el avión sale del otro aeropuerto!
Algo tenía que salir mal. Hizo frío y llovió, pero con eso contaba, ya había visto el parte meteorológico. Con lo que no contaba era con la peculiaridad aeroportuaria parisina. Sabía que París dispone de dos aeropuertos, también sabía que los separan más de 40 kilómetros, sabía también que el ideal para éste trabajo era el Charles de Gaulle, ya que se encuentra a una parada de RER (una especie de tren de cercanías) de dónde nos tocaba trabajar. Pero lo que no esperaba era que desembarcaría en un aeropuerto, y me tocaría regresar desde el otro. Las reservas se hicieron por la misma agencia y al mismo tiempo, los vuelos eran de la misma compañía, y estaban al mismo nombre.
Si me hubiera ocupado yo de los billetes, ahora no estaría intentando convencer a un taxista francés de que nos acercara al aeropuerto de Orly en menos de cincuenta minutos.
Las situaciones límite sacan lo mejor de tí. No se ni una palabra de francés, pero ahí estaba yo, hablando cordialmente con un taxista francés, que no sabía español, ¡y nos entendíamos!
-¿How tiempé en... in... llegué to Orly Aeropuerté?
-One hour... -girando la mano, con los dedos semiextendidos- peut-être moins...
-¡Better moins! ¿Ok?
El taxista asiente con la cabeza.
Mientras nos encaminábamos en el asiento de atrás de un Mercedes clase C, a toda hostia por las circunvalaciones parisinas, recapacitaba sobre el tema. Estaba todo calculado. El tren que teníamos que coger en Madrid, sale setenta minutos después de que el avión llegue a Barajas, pero Atocha está a veinte minutos en taxi, con lo cual, si éste tipo nos lleva a Orly en cincuenta minutos sin estamparse contra ese camión, todo saldrá según lo planeado. A saber lo que me cobre, pero imagino que será más económico que dos nuevas reservas de avión, o peor aún, dos nuevas reservas, una habitación doble, y dos cenas en la capital francesa. Lo que tenía claro era que podía olvidarme del cercanías y del metro. Desde el centro de París hasta el "de Gaulle" se tarda una hora, a veces más. Y luego hay que llegar hasta la parte sur, con transbordos y demás complicaciones. Con lo que me cabrea encontrarme en la carretera, taxis que circulan a toda velocidad cambiando caprichosamente carril, y estoy subido en uno que se lleva la matrícula de honor en el tema.
Es curioso, si chapurreo inglés a la vez que termino algunas palabras con una "e" acentuada, los franceses me entienden... ahora necesito un truco para entenderlos a ellos.
El taxista cumplió. Cuarenta y un minutos. Nos sobraron diez. Fue una lástima que el avión saliera con veinte minutos de retraso, y que un guardia de seguridad más negro que el sobaco de un grillo, me cacheara de arriba a abajo en el control de equipajes, para comprobar que lo único metálico que llevaba era el botón de los vaqueros. Bueno, eso es algo anecdótico, lo importante es que no hemos perdido el avión gracias a mi dominio de los idiomas y a la pericia del taxista gabacho.
El año pasado, el vuelo también salió tarde, pero el piloto "tomó un atajo" y llegamos a Madrid a la hora programada.
Me temo que éste piloto no es tan atrevido. No están las compañías aéreas para muchas tonterías. Lástima. Nos tocará correr nuevamente en Barajas. A galopar a toda leche por la terminal, tirando del trolley, bajando las escaleras mecánicas de dos en dos, molestando a todo quisqui. Con lo que me fastidia cuando algún prisillas me adelanta en las escaleras mecánicas, empujándome sobre la barandilla de goma con su maletón...
A la parada de taxis.
-¿How tiempé en... in... llegué to Atocha estacioné?
-¿¡Ein...!?
-Huy, perdone... -que éste no es francés- a Atocha, ¿llegamos para cojer un tren a las seis y media?
-Creo que sí, a ver qué tal el tráfico.
Los taxistas madrileños son más auténticos. Además de ir deprisa y cambiar de carril caprichosamente, tocan el claxon a cada momento. Con lo que me jode encontrarme alguno así en la M-30. Al menos éste habla de lo puñeteros que son los retrasos aéreos, y encima comprendo casi todas sus palabras.
Seis y veinte. Una vez más, un taxista me ha salvado el cuello. A comprar los billetes. Un mostrador vacío. ¡Maldita sea!, la ventanilla para los trenes que salen hoy es la de al lado, que tiene como quince metros de gente haciendo cola. No hay problema, subo al tren sin billete, y le pago al revisor. Nos vamos los dos para la planta de arriba, utilizando las rampas mecánicas, pasando nuestas maletas sobre los pies de todo el mundo, y empujándolos sobre las barandillas de goma...
-¡Cabrón!
-Disculpe.... ¡llevo prisaaaaa!
Mi compañero va después de mí, y se lleva insultos por partida doble. Hay que comprender a esa gente que nos grita. Otras veces, esa gente era yo.
Llegamos a la entrada del andén.
Una señorita nos pide los billetes. En Atocha te pasan la maleta por un escáner, como en los aeropuertos. Es una de las medidas adoptadas a raiz de lo del 11-M. Le explico que no tenemos billetes, que hay una cola inmensa y que no he podido sacarlos, que le pagaré al revisor.
-Lo siento -me dice-, sin billetes no os puedo dejar pasar.
Bajamos nuevamente con los maletones por las cintas mecánicas, hay que hacer cola para comprar billetes para el próximo tren. El siguiente sale a las 20:55, con lo que nos plantamos a las once en casa, pero hay uno de alta velocidad que me deja en Ciudad Real a las 20:08. Cojeremos ese. Que venga alguien a recogernos, Ciudad Real sólo está a media hora de casa.
Las siete menos diez, y la cola no avanza. La tía que atiende en el mostrador es más lenta que el caballo del malo y las devoluciones de hacienda juntos.
Encima se levanta y se larga. ¿Irá a hacer pipí? Por la cara de estreñida que tiene me temo que irá a lo otro. O a ponerse un enema.
No entiendo como RENFE no pone más ventanillas para trenes sin reserva. Las tres colas que hay son kilométricas y ninguna de ellas avanza.
Me apetece un pitillo... no he fumado desde hace cinco horas. Tengo que echarme un cigarrillo. Cuando ésta zorra asquerosa me de los jodidos billetes del puto AVE, me fumaré un lucky en tres caladas. Eso sí, antes de irme del mostrador, le diré claramente lo incompetente que es, y que ójala y se le pudra el culo de moverlo tan despacio.
Ya... ya me toca a mí.
-Dos billetes para el AVE de Ciudad Real de las 19:15.
-Tendrás que correr, son las 19:10.
-¡Dámelos! -¡putón!
Subimos nuevamente por las rampas mecánicas atropellando a la gente con las maletas y todo esas cosas tan divertidas que llevamos toda la tarde haciendo. Una vez arriba, la vigilante del andén comprueba nuestros billetes, nos escanea las maletas, y nos subimos al tren. Un segundo después, estamos en marcha.
Voy al vagón cafetería a tomar algo, no he comido nada desde que desayuné. Mierda. Parece la hora feliz. El restaurante del tren parece un jodido discobar en sábado por la noche. Mejor me siento a leer.
Llegamos a nuestro destino. Saco un par de refrescos de una máquina. Como prometí, Me fumo un pitillo en tres caladas,. Mi hermano nos recoge justo después. Llego a casa a las nueve de la noche. Justo para terminar de bañar a mi bebé. Mi mujer me sonrie.
-Ya está bien ¿no? ¡qué bien vives!... El año que viene me pillo unos días y me voy contigo.
-Vale, pero ésta vez nos llevamos el coche al aeropuerto. Conducir me cansa menos.
Todavía no se me ha pasado el mosqueo. Es alucinante la de dificultades que puedes ir superando, para que todo se vaya a la mierda por una panda de inútiles. Porque aún no tengo claro si la culpable de perder el primer tren fué la chica del mostrador, la falta de organización en la estación, o los severos sistemas de seguridad.
Bueno, de todas formas no se ha dado tan mal...
2 comentarios
madavar -
mr deditos -
Si no te hubiera pasado esto te quejarías de lo que has tenido que esperar por los retrasos,...
Uno tiene que mirar los aeropuertos de salida y llegada antes de ir. Eres un huevazos...
Por lo demás, me alegro de que te lo hayas pasado tan bien, y de las risas que nos hemos echado.